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pecto a ella? Una reciprocidad absoluta. Cuanto mi s grande y más madre es ella, a más nos obliga su amor, y a más nos arrastra el corazón . Seguramente, al ama>rla como se le debe, es decir, 111ás q u<~ a nosotros mismos, no perdemos nada. No hay modo mejor de amarnos, que amar a Dios sobre todas las cosas y a María nuestra Reina después de Dios. Amarl a nsí, ¿no es constituir en ella rH¡uella escala de ~egm·i <lau, que reelallla nuestra dicha y nuestra nuís grande obligación Y Realmente, encontramos en su divina maternidad !a r azón del culto especial que le tributa la Iglesia. S. Lu– cas dice, al hablar del parto ue María, <.¡u,e dió a luz a su primogénito (11· 7) . Sta. Gertr udis esta:ba perpleja al meditar Pst(' texto, porqu<· :\laría no tuYo más· hijos que· J esús, unigénito. E l Señor la tranquilizó revelándole, que Jesús era, en efecto, primogéni to, pero que después todos. éramos hijos de María y hermanos de J esús. Por eso dijo en la Cruz a S..Juan: "ve ahí a tu madre". E s pues mJestra madre, al ser Maure de J esús. P ero como a causa de esa maternidad participa de la finalidad <1,. C' ri~t u, " '"aria ··~ a~··~11 ra •· el rin. P~ro no es madre (]('] hornhrP "ino ponpl\' <·1 hombr<' debe ser hi– ,;o d<' <'lla. ¿ llPJIIOS pc·11sado lo qll<' supone esta fil·iaciónr El hij o que ama a su madre tacañamente, no merece lla– marse hij o. Tiene ouligación de amar a la madre, entra– nablemente. Se nos dirá, que esta obligación no nos impo– ne amarla sobre sí mism.o. Evidentemente. Tampoco exigi– mos ~omo una obligación nueva el que amemos a María más que a nosotros mismos. Hemos explicado ya que eL amor sobrenatural a Dios sobre todas las cosas, implica todos los amores. Esto reemplaza a todos los otros amo· res que debemos a las criaturas, aún el amor que debemos a la Virgen. P ero, ~cómo podrá amarse a Dios como se· debe si no se ama a la Virgen cuanto es posible ! ·Lo que· reclama nuestra filiación a Dios, respecto almisino Di~ 120-

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