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luego nosotros: luego lo que está más cerca de Dios. De este modo se establece gradación y orden. Pero conside– rando a María como fin, aunque secundario, resulta que siendo primero el fin que otra cosa, debemos anteponer el amor que debemos a ella al amor nuestro, como se antepone el de Dios. Habiéndose hecho en ella la Encarnación del Verbo, que es '' mysterium infinitae ea– l"ifatis" misterio que como hemos explicado, fué queri– do antes que toda otra cosa, el Verbo y su Madre deben asociarse preferentemente al amor del hombre, porque Cristo y su madre aparecen como fines de la c!"eación, porque todo fué hecho por ellos y para ellos. El pecad() sólo fué causa ocasional de la Encarnación. La razón di– vina y esencial de la Encarnación es el amor de Dios. En ese amor divino, está María ocupando el primer . lugar después de Jesús. Cristo fué querido por Dios antes qw~ todo. Luego su Madre debe tener el predicamento de pri– macía en el amor de Dios y del hombre. Según nuestra teología, en el Evangelio se refleja;'t tres causas de la Encarnación: salus mund,, gloria Christi et potentia Dei". En la salud el el mnndo, la Virgen tiene razón de causa, aunque después de Cristo. En la gloria de Cristo, la Virgen tiene prel"errnCia, porque es su ma– dre. En el poder de Dios, la Virgen tiene razón de obra. maestra: mayor que ella no cabe concebir. Jesucristo como cabeza de todo el género humano tie– ne que ser amado primero. María, que es como el cuell() del místico cuerpo debe ser amada después. El amor a Cristo sería vano si no envolviera el sentido de amor a su Madre. Por eso, los que quieren ¡larle culto al Redentor y no reconocen el culto y devoción a María, profesan un culto absurdo. La fe une al Hijo y a la Madre. La teo– logía proclama su jerarquía divina; María y Jesús, el lH- \
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