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ella misma cielo del Señor "Crelum caeli ", y como casa de Dios la llena la majestad del Altísimo : "Majesta&Do– mini implevit templum Domini " . Vivamos confiados en ese templo de Dios ; confiados · en la caridad y misericordia de nuestra dulce Madre. Ella es la puerta del cielo. "Domus Dei et porta caeli". ¡El cielo!, he ahí nues– tro fin y nuestra eterna dicha. Para ir al cielo era preciso la redención ; para la redención era necesaria la Encarna– ción; para la Encarnación fué imprescindible una madre y una madre pura y elevada a la más alta categoría es– piritual, con todas las prerrogativas de santidad, de be– lleza, de amor y de gloria. ¡He ahí a tu Madre! Hemos de meditar que nuestra predestinación dependía de ella. Si por ella fuimos predestinados, ¿dejará ella de traba– jar para que logremos el cielo T Es la puerta real de ese cielo deseado. Por ella bajó el Salvador a tomar carne, y por ella se hizo carne. Embarga nuestra inteligencia este misterio por el que se declara que nu~stra madre espiri– tual es la causa de nuestra predest·inaeión eternal. Para r edimirnos hacía falta la unión de la naturaleza divina con la humana. Sin la naturaleza divina no habría méri– to, sin la naturaleza humana no habría medio para mere– cer. Para morir, tenía que sufrir la naturaleza humana y {'Sta debió ofrecerla María, que sería a la vez, Madre dé Dios y de los hombres. Podía Dios, ciertamente, adopta~." otro medio de salvar al hombre, pues es infinita su sabi– duría; pero entretanto debemos reconocer con una pro– iunda humildad, que Dios ha tenido una bondad inefa– ble hacia nosotros, habiendo adoptado, para salvarnos, ese medio, por el cual El se hacía nuestro hermano dándo– JlOS a su misma Madre, a esta madre regalada, que es "la puerta del cielo". Hay que decir que a ella deben todos 110-

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