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que requería una maternidad espiritual y universal. Pa– ra hacerla madre digna de Dios, ¡qué mares de gracias; ¡cuánta virtud, cuánta perfección!, ¡qué plenitud del l~spíritu Santo! En la inteligencia, ¡qué fé, qué revc– l;,ciones, qué prudencia!, ¡qué ciencia, qué conocimiento de divinos misterios! En la voluntad ¡cuánta justicia!, ¡qué magnificencia de ánimo! ¡qué piedad!, ¡cuánta di– vina caridad! En el corazón, ¡qué puras y divinas afec– ciones! ¡qué delicadeza de sentimientos! ¡qué altos de– seos de bien!, ¡qué ardor y fervor! ¡Qué entrañas de nu– sericordia, de benignidad, de clemencia! Hasta en el cuerpo, ¡cuánta belleza!, ¡cuánta gracia!, ¡qué modestia!, ¡qué elegante composición! Con la virgi– .aal fecundidad y fecunda virginidad, ¡qué tesoros de inefable maternidad! "Ecce Virgo concipiet et pariet. Novum creavit Dominus super trrram". Cosa nunca vista ni posible en lo humano, sólo rculi~acla por la plenitud aP la gracia-de Cristo en el seno de cs1 a acl<>rahle llcina, Madre y Señora. Descansó en ella el Espíritu Santo. De esa plenitud de la maternidad c.l.ivina participa tar11hién su maternidad espiritual. ¡Qué haría Dios en ella al ha– cerle madre del género humano salvado por Cristo con tanta sangre y dolor YDel amor que demostró Dios por el hombre se puede colegir lo que ·haría con esta madre de los hombres a fin de que apareciera digna de tal fun– ción, en medio de las generaciones. Esta maternidad de María respecto al hombrr , PStÍL también plena gratiae et 1!eritatis, "et de plcn·iludinc ejus nos mnnes acccpimus". Sí; todos los que gozamos de ser hijoR de Mal"Ía, recibi– mos de su triple plenitud, de plenitudin c gmtiae, de ple– nitudine scientiae et de plenitudine gloriac. Regocijémo– nos, pues, y aclamemos la bondad del Altísimo, que quiso darnos una madre tal, cuyos fundamentos de santidad es– tán sobre las cimas de los ángeles; cuyos poderes de ac· ción valen más que los de todos los ·bienaventurados. Es -109
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