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de esta gloria no podía merecer más castigo o pena, que la que requería el mérito perdido. Pero la Virgen po– dría compensar sobreabundantemente esa gloria, con los méritos que ella tenía y la gloria que tal mérito le gran– jeaba. El dernérito de los pecados era menor, que el tliérito de la Virgen. · Queda lo más grave, la ofensa a Dios. La honra qu~ se le quita a Dios con el pecar. La Virgen podía compen· sar todo acto porque ella honraba a Dios más que lo que pudieran hacerlo los ángeles y los homhres. Las criaturas negándole a Dios el honor y la gloria que merece, jamás podrían con su culpa quitarle tantá gloria y honor como le podía dar :lVIaría. Ella sola podía darle tanta alabanza y gloria cuanto le podrían negar todos los pecadores. Esto prueba la excelencia y grandeza de nuestra Reina y Seíío– ra, que vive rayana en lo infinito. Se nos dirá: Entonces, ¿por quí• se t•nr•urn{) l'i Vn– bo y por qué no nos redimió María 7 Primeramente hay que atender a la voluntad dé Dios. Era preciso que el Altísimo aceptara esa satisfac– ción que podía dade María. Por otra parte, para que María [11~ra tan capaz y meritoria, presuponía su destino y prcdt·,tin•u·ión <k R<!r l\fadre del Verbo que se encar– naría en ella. 1 'unt la redención drl gí•nero humano no ba~taba ofrecer al l:lcííor la satisfacción que r eclamaba el pe– eado sino la que exigía el m·ismo Dios. Tenía Dios grandes y divinos fines en la Redención y en la justificación del hombre. Quiso, que la redención fuera de tal manera su– per-abundante que E:l hombre se viera obligado por ella al Redentor por mil títulos diferentes. No era para eso bastante que una pura criatura pagase la deuda; era pre– ciso hacer entender al .hombre la gravedad de su condnr:- - 101 IIB BB– BUBLVB VIU, OB· JBCIO•

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