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• ras d cuidado d!! luchar por ~u liberación ma– terial? Los primt"ro~ aldabonazos de la gracia vi~ · nicron a dar er. mi corazón, oorante mi retiro en la montaña, por motivos de salud, y a raíz de la muerte de mi padre. Fué el punto de partida de mi vuelta a Cris; to. En el mes de agosto visité a mi tío-cristia– no salutista-y departí con él acerca de la Bi– blia; esa conversación ine dió nuevos alientos para el comJJatr. Busqué un ejemplar de los Li– bros Santos y el propio P. Andrés se desprendió del suyo para prestármelo. Una tarde, al salir del trabajo, hízoseme en– contr3.dizo '.!1 P . Andrés. Yo estaba ¡;olo en casa, porq•¡e mi mujer había ido al campo. El P. An– drés, que lo sabía, me invitó a su mesa. Me im– presionó grandemente su vivienda, ta n simple y p<Jbrc como la ~icl obrero·más miserable. Mis úl– tlma~ vacilaciones cayeron fulminadas, cuando vi q11r el P. Andrés rehusaba aceptar el estipen– die' ¡-.<1r una mi sa, que había celebrado a inten– ción de un pobre viejo. D(~sdc esta fecha, volví muchas veces a la barraca de los Padres, ~n busca de paz y de con– sucl'l. Al primer contacto con la Biblia,. me per– caté de que la mayor parte de mis camaradas viven muy alejados de la verdad predicada por Cristo.

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