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caldistas lanzada sobre el campo pagano o una partida de guerrilleros vaticanistas... No son es·· plas, son antorchas del Evangelio: su empeño primordial es 'a propia santificación, el estudio teológico", (necesitamos teólogos-me decla con apremio el P. Rogatien), la fidelidad a la jerar– quía de la Iglesia. Urge sobre todo nuestra for-– mación teológica y espiritna 1 ; y, después, años de silencia---:-ese silencio que, en frase del Card. Suhard es prueba del sens de Dieu. - El sacer– doJe obrero ama demasiado el mundo en que ahora vive; conoce muy bien sus riquezas y sus sufrimientos para <•xhibirlos. Sabe que el reino de Dios se siembra en paciencia." "En resumen, aunque los sacerdotes obreros desean continuar viviendo y trabajando en la sombra, sin ninguna propaganda, su misión na– da tiene de clandestina. Su fin es evidente: plan– tar la Iglesia donde no existe, encarnándose todo lo posible en el seno de las masas obreras." Sin intención de violar esa "voluntad de si– lencio", voy a levantar una punta del velo que lo defiende. He podido hablar con uno de esos sacerdotes obreros y arrancarle, casi a viva fuerza, unas ho– jas de su Diario íntimo, que a tu discre.ción con– flo.

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