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112 lar ni un momento y sin pro_nunciar un veredic– to, para el cual no estoy autorizado por mi mis– ma condición de sacerdote, siempre que se pre– sentaron reclamaciones contra V. Os ha extrañado, os ha ofendido esa mi ac– titu.1 respecto de vos. No me importa. Soy sa– cerdote de los obreros, pero también quiero ser vuestro sacerdote. El sacerdocio está al servicio de todas las al– ma.~. jesús, el Sumo Sacerdote, hablaba a todos, pobres y ricos, y a: todos enriquecía con los d.o– nes de su Divina Caridad. Pero el sacerdot•2 es– tá, por encima de todo interés creado, al servi– cio de la verdad; y la caridad de esa verdad os la tiene que brindar con toda franqueza, con fo– da lealtad, sin equívocos, presentando ante vues– tros ojos vuestras obligaciones de patrón cris– tiano. No es posible callar ante esas flagrante¡¡ in.– justicias que se cometen en vuestra empres,\. Era preciso qur yo os expresara no mi cólera, sino mi Indignación. El silencio en tales circuns– tancias habria equivalido a una deserción a rni doble calidad de cristiano y de &acerdote. La verdadera tragedia es, V. no lo ignora, que los cristianos no queremos vivir el Evang·~lio. Flirteamos con el mensaje de jesús. Se ttos llena la boca de palabras humanitarias, filantró-· pica~, anegados en un sentimentalismo vago e i" .,

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