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106 a ninguna bandería ni clase social; ni creo que nadie pueda achacamos que nos hayamos adhe– rido a ningún partido. 4 "El establecimiento de la Iglesia entre las obreros no titnde a derrocar el capitalismo, para instaurar el proletariado". (p. 58). Es evidente. Pero exige una explicación. Ciertamente que el fin primordial del sacerdo– te no es dirigir una huelga o una reclamación sindical.. . Pero debe estar allí presente, como está en el taller, a f:n de ejercer su mediación de consagración de ese rudo batallar contra las injusticias manifiestas. Evitará en todo momento la intervención espontánea; pero si las circuns– tancias le empujan a dirigir una reclamación, aun mediante la huelga, como me ha sucedido a mí, deberá asumir la responsabilidad consi– guiente, cuando, según Dios y su conciencia, viere justicia en la causa. Declinar en aquellos momentos e¡ cometido que le endosaron sus compañeros, equivaidría a traicionar a la lgle·· sia, que aparecerla a sus ojos como la aliacla indiscutible del capitalismo. Y estv sería catas– trófico. Opino que esa misma función de responsa- ,.

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