BCCCAP00000000000000000000235

El Misionero práctico 83 de la Iglesia. Y al pie de esa página o de esa lápida o de ese monumento, yo escribiría: •Supo perdonar. No quiso in– juriar. ¡¡Gran corazón, gran magnanimidad, gran heroísmo!!:. Y a todos ·los ruines, a todos los miserables que no saben más que injuriar, les obligaría a desfilar ante ese monumen– to, doblando la cabeza o la rodilla ante él... 3.• NO ES DESHONRA i) ¿Y aun temeréis que el mundo os trate de cobardes, de poco hombres? ¡Vano temor!... Eso no es sino una pre– ocupación de los que no tienen valor para perdonar. Porque ¿a qué se reduce ese mundo ante quien teméis deshonraros? No temeréis a Jo que puedan decir los habitan– tes de América, de Africa, Asia, Oceanía, ni aun de Europa; porque ni os conocen, ni Jos coi10céis. ¿A qué se reduce ese mundo que tanto temor os infunde? Se reduce a pocas per– sonas; a las poquísimas que viven hoy en el rincón del mun– do en que residís, a las pocas personas que se preocupan de vuestros actos y conducta. Y aun de éstas no os desaproba– rán Jos predicadores del Evangelio, que' desean que perdo– néis; ni los buenos cristianos que conocen la Ley de Dios; ni los que poseen un corazón generoso y bueno inclinado a la clemencia. De modo que·se reducen a tres o cuatro Jos que os califi– carán de necios porque perdonáis. En cambio es muy .crecido el ¿túmero de los que os elogiarán con entusiasmo. Os aplau– den y elogian todos los buenos, todos los seres sensatos, to– dos los amantes de la rectitud, de la moralidad, de la pru– dencia y del orden. ¿y por temor a tres o cuatro personas de corazón ruin dejaréis de practicar un acto tan laudable y meritorio? Pero aun hay más: Yo subo con el pensamiento hasta la morada de los justos, donde se da la recompensa eterna a

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz