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82 El MisionerQ· práctico él mismo contesta: Porque para atacar para acometer, vale– mos todos. Para injuriar, valen los cobardes. Valen hasta los niños. Acometer es propio de fieras. Pero para sufrir, para perdonar, no valen sino los hombres de corazón generoso, de corazón magnánimo. Y añade: ·Es empresa más difícil ven– cerse y dominarse a si mismo, que dominar a· otros. Vencerse a si mismo supone una serie de actos heroicos realizados serenamente,. audazmente, con perseverancia, con reflexión. Asl lo comprendieron los mismos paganos: cSi has de go– bernar bien a otros, empieza el gobierno por tu propio pecho,, dijo un filósofo al emperador Alejandro. Sube·. Adriano al trono imperial de Roma y empieza otorgando el perdón a todos sus rivales y enemigos, diciendo que el perdonar es pro– pie de un Emperador magnánimo. Un dla un joven saca un ojo a Licurgo, y éste, lejos de vengarse llevándolo al Juz– gado, le perdona, volviéndole bien por mal, asegurando que esta· es la mejor clase de venganza. El rey Ciro vence al rey Creso en lucha feroz. Es condenado Creso a ser quemado vivo. Y cuando iba a subir a la pira de leña, Ciro le- perdona, y le devuelve el· cetro. El acto principal de bondad de los primeros Césares del Lacio, afirma Cicerón, era perdonar a los enemigos. ¡ Cristiar10s! El que perdona, el que renuncia a vengarse es un héroe, pero es héroe ·que rebasa los caracteres de he– roísmos ordinarios, es un héroe, el más clásico, el· más ejem– plar, el más admirable El que perdona merece que se le levante un monumento, y sobre él se le erija una estatua; monumento mucho más glorioso que los erigidos a los más famosos conquistadores. Si aquí, en esta reunión, hay alguien que ha sufrido inju– rias graves y sin embargo se resuelve a perdonar, yo quisiera saber su nombre para grabarlo en una lápida o en una lá· mina de bronce, y la colocarla en una de las paredes de este santo templo; o lo escribirla en la~ páginas de la Historia
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