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El Misionero práctico poseeis corazón generoso, cristiano. Estoy edificadísimo de vuestra conducta. Esto me inspira aliento y confianza. Peró el temor no me abandona del todo. Temo a mi impericia, a mi falta de elocue.tcia. Y temo sobre todo ¿por qué no decirlo ? ¿por ~ué no he de ser franco y sincero con vosotros?, temo a mis imperfecciones, a mis pecados, que quizá no me hacen digno de ser escuchado por Dios cuando le pido la eficacia de mis palabras a vuestro favor. Es difícil conservar una pureza angelical; difícil practi– car austeridades como las de San Pablo, primer ermitaño; difícil mostrar la serenidad y el valor de San Lorenzo, que se asaba en las parrillas a fuego lento. Pero más difícil es practicar el precepto que os voy· a exptmer. Antes de entrar en el fondo del tema, quiero celebrar una entrevista con un personaje que os va a interesar. Y le voy a pedir una declaración: (Tomando el Crucifijo) Tú quis es? te preguntaron los discípulos de San Juan Bautista. ¿Tú quién eres? te preguh– to ahora... Paréceme que se mueven estos labios augustos y me contestan: «Yo soy la Verdad, la Verdad eterna; hi luz del mundo; el que di la vida por salvar esas almas que te escuchan;.. > ¡Señor, ¡racias!... Te pido una declaración solemne, categórica: ¿Están todavía en vigor los preceptos que dictaste hace veinte siglos y que constan en el Evange– lio? ¿Si o no? Y· este divino Crucificado, extrañado ante la pregunta, contesta repitiendo lo que dijo a sus discípulos: •Coelum et terra transibunt, verba autem mea non praete- ribunt. Pasarán el firmamento y la tierra, pero mis palabras no pasarán>. Está bien, Señor. Pero te ruego otra declara- ción: ¿Existen y están en vigor las fuertes sanciones eternas ,· que señalaste para los que conculcan tus preceptos? Y este Señor que es Juez de .vivos y muertos repite aquella excla- l

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