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30 El Misionero práctico No existe PER SE la obligaciqn de perdonar la sa– tisfacción que se nos debe por la injuria recibida. .La reconciliación puede hacerse GRADATIM. . por medio de otras personas. Ni podemos imponer obliga– ción de amar al enemigo con actos .positivos y especia– les e. g. detenerse a hablarle. No se confunda el rencor con la indignaci~, la cual puede estar limpia de pecado: •lrascimini et nolite · peccare• (Ps. IV). Es pues intolerable y arriesgado exhortar desde el púlpito a los fieles, que se pidan perdón mútuamente en el templo o en el atrio; prevenir que se tocará la campana mayor como aviso de que los enemigos de– ben pedirse perdón u ofrecerse una justa satisfacción. Si movidos por la gracia divina y la elocuencia del mi– sionero, se resuelven los culpables a todo ello espontá– neamente, alabemos al Señor. Pero no exijamos actos que no son necesarios. Lo espectacular puede halagar nuestro amor propio, pero no es lo justo. Eso de tocar la campana OFRECE OTRO INCON– VENIENTE; no faltarán curiosos que acecharán desde la sombra para ver quiénes son los que se visitan. Y si el toque del sagrado bronce no toca los corazones, y na– die se mueve, el misionero queda en ridículo. Se ha de predicar este sermón con gran tino y su– ma cautela para que nadie se crea aludido personal– mente. Ha de. estar compuesto con magistral habilidad, es– cogiendo los argumentos más adecuados para conven– cer y persuadir. En el exordio puédese declarar que va a tratar de un asunto sumamente difícil. Que por ello iba a aban– donar el tema. Pero que le ha parecido oír la voz del Redentor de las almas ordenándole: •Clama..... exalta

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