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110 El. Misionero práctico las subsistencias es más absoluta, que la crisis de trabajo es más universal; que las sequías son más pertinaces; las pla– gas de los campos más asoladoras... ;los odios más' hondos; las venganzas más frecuentes. Pero cabe preguntar: ¿Y no son 'las blasfemias más frecuentes y más asquerosas y más universales? · ¿Si? Pues no protestemos del castigo. Y si los males ·enumerados son castigos muy justos y muy naturales de las blasfemias, ¡cuánta responsabilidad la del. blasfemo! Semejante pecado debería considerarse como un atentado al bien de la humanidad, como un enemigo del bien común, co– mo un verdadero verdugo de los pueblos. ¡Cuántás lágrimas, cuánta sangre, cuantos lamentos salidos de pechos inocentes, cuánta hambre, cuántas desdichas y cuántas ruinas ha oca– sionado la blasfemia, excitando la cólera infinita de Dios!... ¡Oh blasfemia, blasfemia! ... En nombre de la Hm.nanidad doliente, yo te maldigo! ... e) Legislación humana Aterrados los legisladores ante los de la blasfemia dictaron en todos tiempos rísimas, como dique para contenerla. estragos sociales disposiciones seve- El emperador Justiniano decreté tormento y pena de muerte. El Papa Pío V, como rey de las posesiones pontifi . cias, destierro. y multas; y para casos de reincidencia incluso horadar la lengua al delincue,;te. Luis IX de Francia el San– to, decretó esta última pena para todos los casos. Filipo Au– gusto los condenaba a ser ahogados. El emperador José 11 en 1787 ordenó que . los blasfemos fuesen recluídos en los ma– nicomios. En España el Fuero Fuzgo disponía la pena de infamia perpetua para los culpables de blasfemia contume– liosa y la de muerte para los de blasfemia herética. Y la Ley de las Siete Partidas disponía para los caballeros la pér– dida de bienes; y para los ciudadanos plebeyos azotes y se– ñalar los labios con un hierro candente; y en caso de segun-

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