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98 El Misionero práctico muraBas de · su ciudad a la sola presencia del Arca santa del Dios de Israel. Déjenos oir su voz el opulento rey Salo– ·rnón que al inaugurar el templO" de Jerusalén lo vió envuelto en una niebla densa desde la cual Dios le dejó oir su voz (III Reg. IX). Si esos rnillone~ de mundos luminosos que giran en el firmamento fueran seres inteligentes ¿qué nos dirían del in– menso poder de Dios, de su sabiduría,· de su fuerza, de su majestad? ¿Y qué nos referirían de las grandezas de Dios · los millones de seres de la creación que salieron de la nada ante una señal de la mano del Creador? ¡Ah es infiniÍo su poder, infinita su sabiduría y su bondad y su inmensidad. . ¿Y que es el hombre que le injuria? ¡Miserable!... Es mejor no someter a examen la naturaleza del hombre. Nos vamos a sonrojar. Verdad es que se Barna el rey de la. crea– ción. Pero comparado con Dios, es menos que ·un microbio comparado con el hombre. Es menos que el rastro que deja la saeta que cruza rápida el espacio. Menos que la estela· que dejan los barcos en los .m.ares·. Menos que el reptil que se arrastra por la tierra. Polvo, ceniza, humo, nada... dice el sagrado libro de Job. Pues si eso es el hombre ¿cómo te atreves, blasfemo, a arrojar tu veneno contra ese Dios omnipotente? ¿No ternes que su empuje pavoroso ·te va a reducir a la nada? ¿No ternes que cansado de oir tus retos y de aguantar tu cinismo, te !'rroje al lugar de tormento ·eterno? ¿CÓmo osas ·perse– verar injuriando a Dios de cuyo dedo cuelga tu ser sobre los abismos? 2.• VILEZA DE ESTE PECADO Al revolverse el blasfemo contra el Altísimo; imita a aquellos repugnantes verdugos que se ensañaron contra la persona augusta de Jesucristo, haciéndole blanco de sus

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