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96 Vida de San Fidel cuando invoqué al P. Fidel; inmediatamente los malhechores emprendieron la fuga. Otro día se me presentó otro insurrecto en tono amenazador y una súplica hecha al P. Fidel bastó para ahuyentarlo. Aquella mis– ma noche fué él sorprendido por la muerte. Al pasar el cadáver bajo las ventanas de mi pri– sión, díjome el carcelero lleno de espanto: • ¡Ved ahí el que os amenazaba de muerte!• P_oco después abríanse las puertas de mi pri– sión y recobraba yo la libertad. El P. Juan de Kruwangen curó en Fel– dkirch a una pobre demente aplicándole el cor– dón del P. Fidel. Nicolás Hammerer, secretario de Estado en Constanza sufría violenta enfermedad ar– ticular. Fué a visitarlo el P. Apolinar, herma– no del Santo y le rogó le mostrase los pies: tocólos disimuladamente con su manto (era el que había usado San Fidel) y se despidió del enfermo. La hija de este señor, niña de nueve años, tenía un ojo que no podía abrir. Salió esta ni– ña a despedir al P. Apolinar y este, simulando acariciarla, tocóla el ojo enfermo con un hue– sito de la mano izquierda de San Fidel, que siempre llevaba consigo y fuese al convento. Nicolás, sintiéndose aliviado luego de la sali– da del Padre, dejó la cama y pudo pasear en
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