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--------- - - Capuchino, P. Fidel Sigmaringa, como le lla· maremos en adelante. Sus compañeros de noviciado no se harta· ban de contemplar con admiración siempre creciente, su austeridad y humildad religiosa. Buscaba en todo los trabajos más viles. Cas– tigaba su cuerpo sin piedad, imponíase nume– rosas privaciones en la comida y bebida. Su obedien~ia era la de un religios·J perfecto. Era, en una palabra, modelo para toda la co– munidad, principalmente para los novicios. Pasados algunos meses de noviciado asal– tó su alma violenta tempestad. Parecfan reso– nar en sus oídos las súplicas de los pobres, de las viudas y de los huérfanos: «Tantos des– graciados, gritaba el tentador, han quedado abandonados; vuelve a defenderlos; Dios lo quiere.» Durante largas semanas su corazón vióse invadido por sombría tristeza: Rogaba con fer– vor, mas el cielo tornábase de bronce. Será esta mi vocación? repetía, afligiendo su cuer– po con sangrientas maceraciones. Dios puso término a esta prueba, diciéndole por medio del Maestro de novicios: «Animo, hijo mio: el infierno es quien ha levantado esta tempestad. Rogad con confianza a María estrella de la mañana, y os vereis libre de ella•. Dócil a esta --·-- ---··----------·-----

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