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XI No agradecen mis beneficios ARECE que se confunden en nosotros el deseo de ser amados y el de obte– ner gratitud para los beneficios que dispensamos. Asi es que llamamos ingrato lo mismo al que no corresponde a nuestro amor, que al que no agradece nuestros favores. Es lo cierto que la saeta aguda de la ingrati– tud hiere las fibras más delicadas de nuestra al– ma, y e·ste sentimiento, que es de dolor, se con– vie·rte casi siempre en verdadera indignación ha– cia el desagradecido. Fácil cosa parece que es el agradecer un be– neficio, y diríase que ni siquiera es virtud el agra– decimiento, sino un brote natural y necesario del alma humana; y no obstante, es enorme el nú– mero de les corazones ingratos. ¿Cómo se explica este hecho que• honra tan poco a nuestra natu– raleza?

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