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74 . Angel de Abárzuza - - - ----- ordinario; parece que llora por llorar, por hacer algo, digámoslo así. Por fin su madre, cansada de oír aquel ruido que ya le molesta, da a su pequeño un griro de desprecio y reprensión, y ¡cosa admirable! el ni– ño, que todavía no conoce a. su madre, que ni le sonríe siquiera, cambia instantáneamente de tono en su llanto, y empieza a llorar de un modo nue- . vo, con acento amarguísimo: ¿Qué ha sucedido allí? Que el pequeñín. que parecía que estaba todavía incomunicado con el mundo, ha percibi– do muy bien la reprensión, y le parece que ya no es amado. ¡Misterios de la naturaleza! ¡Tan precoz es en el hombre el deseo del amor! Al formar Dios el corazón humano parece que le dice: ¡anda y ama! y las dos cosas empieza a hacer, la primera inmediatamente, y la segunda tnuy poco tiempo después. Ya en la infancia de la vida comienza a ten– der sus hilos de amistad a una parte y a otra, bus– cando otros corazones que le correspondan, reci– biendo y devolviéndoles el amor. Cierto que en el cielo ha de encontrar el alma plena satisfacción, amando y siendo amada de Dios, y que aun en este mundo hay almas que viven de solo ese amor y en él encuentran su felicidad; pero la inmensa mayoría. de ellas, por razón de sus imperfecciones, no se encuentran en e·ste caso; y como consecuencia, cada alma
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