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' 68 _____P_._A_ n_,gc...e_l de A~árz~------· sas y muy atendibles. •Es conveniente, decimos, que se restablezca la verdad; hay que procurar conservar el buen nombre; la misma Sagrada Es– critura lo aconseja así; no debe permitirse que triunfen las lenguas de los maldicier.tes; al con– trario, hay que reducirlas al silencio, para que no se hagan más ·procaces.• En fin, que siempre es para nosotros la hora . de la verdad, de la justicia y del celo; y a la po– bre humildad nunca le llega el turno. El amor a nuestra reputación está más metido en nuestras entrañas de lo que nosotros mismos nos imaginamos; y aun pareée qÚe en las perso– nas que tratan de vida espiritual se exacerba esa pasión mucho más, tal vez como compensación 1 de otras faltas de mayor importancia, que afor- tunadamente no suelen com~ter. Se puede observar hasta en los detalles más diminutos. ¿Qué hombre, por santo que sea, al decirle por ejemplo cno se apure ustro • no contesta rá– pidamente, herido en su amor propio: . No, no; ¡si yo no me apuro! » ¿Qué persona, por entregada que esté a Dios, al dirigirle esta frase: . Eso será cosa de imagina– ción• no responde en ~1 acto: •qué imaginación ni qué niño muerto, hombre? Eso no es imagi– nación, sino una realidad. • ¡Tan arraigada está nuestra vanidad y tanto

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