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VIII.-Me han calumniado 67 ¡Qué ocasiones tan preciosas de progresar en la virtud nos ofrecen, unas veces la malicia de los hombres y otras las coincidencias, de la vida! ¡Callar cuando nos atribuyen una fal!" q~te no hemos cometido! ¡Pena da el pensar y el escribir qu~ son muy pocas las almas espirituales capaces de ese rasgo moral, que, por lo insólito, parece heroico. La vida espiritual se nos hace fácil a todos, hasta llegar a ese punto. Confesar y comulgar, practicar íntegra y orde– nadamente nuestras devociones, y hasta entregar– nos a la penitencia (a una penitencia que nos· otros mismos, hayamos elegido) suele ser para nosotros yugo suave y carga ligera; pero que na– die toque a nuestro honor, y menos con una acu– sación falsa, por leve que sea, porque la persona más santa, que cinco minutos antes hacía oración y parecfa abstraída de todo, despie,rta súbitamen– te, al sentirse herida en la honra y exclama: . ¡No señor! eso no es verdad. Yo no he hecho eso. Es una calumnia.• Es verdaderamente la ocasión en que se sor– prende uno a sí mismo, y se avergüenza, al ver, como en un termómetro que de improviso se le pone delante de los ojos, la poca altura que mar– ca su virtud. Y el caso es que para cohonestar nuestra de– fensa, siempre encontramos razones muy juicio-

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