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t: ' 58 P. Angel de Abárzuza Es curioso !0 que nos sucede a todos. En el fondo de nuetro ser cometemos mil infidelidades a la ley, sin más .testigos que Dios, la conciencia y después el confesor; y no obstante, tenemos la pretensión de conseguir un trono de gloria en la opinión de los demás. Pues Dios ha dicho: •Al que me honra le hon– raré, y los que me desprecian serán despreciados. • . ¿Qué sería de nosotros si Dios ejecutase siem– pre esa sentencia en este mundo? ¿Dónde estaría nuestra reputación si las gentes pudiesen decir de nosotros todo lo que la concie!lcia nos dice? Esta reflexión es capaz de anonadar a cualquiera. A cualquiera, digo, porque nadie tiene dere– cho a sqnreírse al leer estas líneas, como si no fuesen aplicables a él. No nos queda a todos más recurso que callar y bajar la cabeza. Porque no me refiero ahora solamente a cier– to linaje 6:e faltas, que tal vez te las has imagi– nado ya (aunque también me refiero a ellas) sino, además· a otros de-fectos y miserias humanas, in– tenciones malignas, pensamientos ridículos de va– nidad, propósitos y planes rastreros e inconfesa– bles, etc., defectos que, ·conocidos y divulgados, noE producirían mayor rubor y confusión que si nos desnudasen en medio de la plaza. Hazte a ti mismo esta reflexión, hermano mío, y verás cómo al poco rato notas que no sientes tanto valor para lamentarte y decir: ¡_Estoy pos– tergado!

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