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54 P. Angel de Abárzuza manifestarse lle·ga, y entonces se convencen las gentes y se desengaña él, de que no vo.lía tanto como se había imaginado. Cierto es que se ven a veces individuos tran– quilos, ·que parecen libres de esa inclinación; pe– ro esa tranquilidad ni arguye mérito alguno, ni indica siquiera carácter pacífico; es la paz natural producida transitoriamente por la posesión de la gloria humana, de que están disfrutando ya. Pues debes convencerle, hermano mío, de que entre las vanidades que ofrece el mundo, esa es una de ellas. En la primavera y aun en el estío de la vida cuesta trabajo el creer que la fama de sabio, de orador, hombre de gobierno, etc., llegue a ofre– cer algún día muy pocas ilusiones al corazón; y no obstante es así. Donoso Cortés, famoso orador parlamentario, decía en el apogeo de su celebridad: •La mayor vanidad de todas las vanidades es la vanidad de la elocuencia. Estoy desengañado de· todo; y de– searía ocu.ltarme en un lugar donde nadie se acor– dara de mí y yo de nada ni de nadie.• Chaleaubriand, que llenó el mundo con la fa– ma de ~us escritos, exclamó al tiempo de morir, palpando la nada de la gloria humana: · Si volvie– ra a nacer, no escribiría ni una sol¡, palabra.• ¿No has .observado el tono y el lenguaje que emplean, al hablar entre sí, esos hombres que,

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