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VI.-Estoy postergado· 53 y la última que muere; y no digo su extinción, sino su represión es ardua empresa, aun para las personas esp!rltuales. En muchas de ellas, 1lamadas a la perfección, el objeto de esa pasión constituye el ideal huma– no que absorbe casi toda su existencia, siendo para sus almas, como la solitaria para el organis– mo, como para el árbol el gusano en la raíz, que impide su robustez y hasta paraliza su crecimiento. Hay personas castas, personas ·desprendidas de las riquezas, personas pacientes y caritativas; pero personas insensibles a los elogios, no he visto ninguna. Tan deslumbrador es el brillo de la gloria y tanto nos fascina, que bien puede afirmarse que la mayoría de los mortales sucumbe ante esa in– clinación y se luce cuanto puede lucirse, ·y el que no brilla más es po·rque no puede. La santidad forma excepciones de esta regla general; pero el número de estas excepciones es tan reducido como el número de los santos . Cuando una persona se siente adornada de bellas ,cualidades y no se presenta pronto oca– sión de exhibirlas, experimenta casi siempre una verdadera comezón de impaciencia, y exclama para sus adentros: · Pues señor, se me va a pasar la vida sin que el mundo sepa lo que valgo yo! • Pero como la vida suele ser bastante larga pa– ra eso, lo que sucede es que la opcrtunidad de

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