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,,. 48 P. Angel de Abárzuza Dw·ante algunas horas conoció la cárcel con todos sus horrores, inmensamente mayores que los que padeces tú, por la separación de su Ma– dre Santísima, la pérdida de su libertad, la pér– dida de $U reputación, y otros tormentos inaudi– tos corporales y ·espirituales a que toda una no– che fué sometido por una turba de desalmados ... Y salió de allí. no para reunirse a su santa ·Madre, sino para ir al suplicio y acabar de beber allí el cáliz de su acerbisima Pasión, muriendo por nosotros. Breve fué. el tiempo que duró todo esto, pero era iriocente y era Dios, y ¿qué reo no se ani– mará y se alegrará y hasta· se enorgullecerá, pen– sando que Dios mismo ha sido para él un com– pañero de prisión? Mira, hermano mío, desde la celda donde es– tás recluído, ese cielo azul. Esos espacios son tuyos y iu alma y tq cuer– po, libres ya, los han de recorrer algún día, sin que nadie lo pueda· impedir. Cuando llegúe el día final, como dice San Pa– blo: «Simul rapiemur in núbibus obviam Christo ·in aera• seremos arrebatados v llevados por los aires al encuentro de Jesucrllito. Un juez puede reducir a prisión el cuerpo de un hombre, pero al alma, no. Ella es libre para amar el bien y para asegu– rarse la felicidad, uniéndose a Dios.

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