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\ ¡ . ~-------~:-~ngel de Abárzuza cada instante fijo la vista en eUás; 'y pensando en e.j cielo y en los gozos que allí me esperan. sufro con la mayor alegría las molestias de mi enfer– medad. Mi Padre San Francisco de Asís solía repetir frecuentemente: ¡Tan gran~e es el bien que espero. que en mis panas me recrw! Y Santa Teresa de Jesús, un año antes de su muerte, escribía a uno de sus directores espiri– tuales, don Alonso Velázquez, entonces Obispo de Osma: •¡Oh quién pudiera dar a entender bien a Usía la quietud y sosiego con que se halla mi alma! Porque de que ha ·de gozar de Dios tiene ya tantá certidumbre, que le parece goza el alma que le ha dado la posesión, aunque no el gozo. Como si uno hubiese dado una renta a otro con muy firmes escrituras para que la gozara de nquí a cierto tiempo. A la verdad mi alma ya no está sujeta a las miserias del mundo·, como solía, porque, aunque pasa más, no parece sino· que es como en la ropa. El alma está como en un castillo con señorío, y así no pierde la paz.• No me atreveré _yo, hermano mío, a comparar tu virtud con la de esos gigantes de santidad, pero sí, tu situación, que, guardada la proporción debida, es análoga a la suya.

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