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!V.-Sufro una enfermedad incurable... 35 ni hace falta eso; el sol se encargará de apagar– las, absorbiéndolas en las franjas de su claridad deslumbradora. Este es tu caso, herinanomío. Tu vida va len– lamente camino de su extinción. Pero cuando las luces de la tierra se apagan, las del cielo se en– cienden, y .tus esperanzas no mueren, sino que cambian de rumbo, porque aparece junto a tu cama para consolarte, no tu padre o tu madre, sino Dios Nuestro Señor, el Padre de las misericordias y el Dios de toda consolación. Miles de veces cada día, por mandato de nues– tra Madre la Iglesia, que todo lo hace bien, sube al cieln esta oración, rezada por miles de sacer– dotes: líbranos, Señor, a todos de la muerte re– pentina e imprevista. Porque efectivamente la muerte súbita e inopi– nada es un peligro, y en muchas ocasiones una gran desgracia. ¿Qué sucedería si en el instante en que yo escribo estas palabras, llamase Dios a juicio a todas las almas? Se erizan los cabellos de sólo pensarlo, por– que sin temeridad se puede asegurar que la ma– yor parte de los adultos perdería su último fin, impidiéndoseles la entrada en la Ciudad de Dios.

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