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lii.-Estoy enfermo · 27 de que la muerte está ·lejos para él y de que se basta a sí mismo para todo; j,ero llega ese emi– sario del dolor, lo 'derriba en el l&.:ho, lo convier– te como en un niño necesitado de todo el mun– do, y entot;Ices, al humillarse ·su cuerpo, se hu– milla el alma también. Y no solamente se· humilla, sino que se llena de una luz que le hace ver las cosas de otra :ma– nera, faciíitándole maravil!csamente la práctica de la virtud. Cien veces y de mil modos le dirán a una persona: cEs vanidad el puesto de honor que am– bicionas, la hermesura de que te glorías, los pla– ceres que te enloquecen, las riquezas que te des– lumbran y la gloria tras la cual corres desalado•. y jamás se ·convencerá de ello; y si se convence, para nada influirá ese convencimiento en su vida moral; pero cuando la enfermedad sobreviene, poniendo violentamente al hombre de espaldas al mundo y de cara a la eternidad, entonces lo ve todo claro y cambia súbitamente de modo de pensar. Pocos centímetro¡; levanta sobre el pavimento la cama de un enfermo grave y no obstante ¡qué panoramas tan extensos y luminosos se han visto y se ven cada día desde esa pequeña altura! Lo que no consigue de un hombre el libro mejor escrito. el predicador más elocuente y las más atinadas observaciones, lo consigue una pul– monía o unas fiebres tifoideas.
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