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. XXVI.-Jesús Crucificado 233 Búscate a tí mismo en esa especie de encasi– llado, y seguramente que te encontrarás en él. He procurado darte ahí mis razones para ani– marte y consolarte. Pero si mis razones no te con– vencen, Jesucristo Crucificado te convencerá. Hace diez y nueve siglos está colocado frente a todos los dolores de la humanidad; y todo el que sufre esos dolores con paciencia, los sufre pensando en él. El lloró por nosoiros, llamando a su Padre con grandes gritos, cum clamore valido et Iacrimis, pero ¡cuántas veces también ·desde su cruz, ha oído a sus pies gemir y ha visto llorar! Todos los náufragos dé la felicidad se agarran a ese Santo Madero, para no sumergirse en la desesperación. A donde no llegan los silogismos y la razón, llegan la sangre y las heridas de Dios. Una mujer calumrúada que no puede probar su inocencia, un enfermo sometido a dolóres acer– bísimos, un corazón traicionado y vendido, un padre· de familia caído súbitamente de la opulen– cia en !a miseria, una madre sola en el mundo porque ha perdido el hijo único a quien idolatra– ba, encontrando vacíos trJos los motivos huma– nos de consuelo, toman el crucifijo de su alcoba con sus manos crispadas por el paroxismo del dolor, y le gritan al Dios moribundo: ¡Por Ti, por Ti, por Ti! y esa resignación heroica y esa llama-·
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