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232 P. Angel de Abárzuza suplicio, por un pueblo amado y favorecido. Sé lo que es la agonía y la muerte, porque yo que estoy vivo, estuve mue!'o. Sé lo que es desfallecer, sentir que las fuer– zas se van, y que se enturbia la vista, 'dspedirse de las personas queridas, entre angustias inena– rrables, dejar de existir, ser llorado por los ami– gos, y ser colocado por ellos en la estrechez os– cura de un sepulcro. Ese sepulcro, entre vosotros está todavía, co– mo un testimonio perpetuo de que vuestro Dios y vuestro Creador ha sido como uno cualquiera de los hijos de Adán•. ¿Qué se puede contestar a esas palabras que yo pongo en ios labios de nuestro Señor? ¿Qué se puede responder n todo eso, que parece nada más que un párrafo literario y es, sin embargo. la expresión de un:t sublime e histórica realidad. sino adorar, bendecir, agradecer, y amar al que tanto ha padecido por nosotros? ¡Amado hermano mío, sometido a los sufri– mientos, como yo y como todos los que visten una carne frágil. y además pecadora! Por llevar a tu alma una ráfaga de consolación he compuesto este librito, donde está como catalogada la ma-· yor parte de los dolores humanos. '
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