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XXVI.-jesús Crucificado 225 de su Padre Celestial el clamor de la humanidad pecadora. En conformidad con esta.s ideas, se sabe que era blando y tierno de corazón. No podía ver un enfermo sin curarlo, ni una necesidad sin reme– diarla en seguida. Uoró al ver la ingrata Jerusalén, pensando en los infortunios qUe le aguardaban; lloró la muer– le de su amigo Lázaro, y se compadeció tierna– mente de la multitud hambrienta que le seguía en el desierto, haciendo un gran milagro para ali– mentarla. Por eso, es decir, porque era un ser perfectísimo, armónico y sensible, cualquier des– gracia ajena, o cualquier lesión propia, espiritual o corporal, al perturbar una tan delicadísima es– tructura, provocaban en él un gran sufrimiento. Y para que esos sufrimientos fueran mayores, Dios, sin violentar la ·libertad humana, parece co– mo si hubiese hecho fuerza a los acontecimien– tos, reuniendo para El. en los primeros años de su vida, y más aún en los últimos, tal cúmulo de dolores, que indica en Dios una voluntad positiva de envolverle en ellos, como se envuelve en lla– mas a la víctima en el acto de la inmolación. •Jesucristo, dice Santo Tomás, p3.deció gené– ricamente todos los dolores humanos. Pa:leció por parte de los gentiles y de los judíos, de los hom– bres y de las mujeres, como se ve en las sirvien– tes que acusaron a Pedro. 15

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