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224 ·p. Angel de Abárzoza Se asemejaba a nosotros en todp, menos en el pecado; y se podía decir ya de El con verdad {y sin duda se dijo) esta frase estupenda: c¡Dios padece! ¡El que crió el mundo de la nada, está sufriendo en este instante!• Pero hay mucho más que eso. Porque el Hijo de Dios tuvo el cuerpo y el alma que quiso tener; y como su misión era el ser Víctima propiciatoria del género humano, su organismo era el propio de una víctima destinada expresamente a soportar el dolor; y. siendo los pecados de la humanidad innumerables y enor– mes, a soportar grandes dolores. Nosotros, aunque padecemos, no hemos naci– do para padecer; pero Jesucristo, sí. Y por eso, sus venas y sus arterias, sus múscu– los y sus nervios, su corazón y su fantasía, como destinados al sufrimiento, tenían un grado exqui– sito de sensibilidad, prontos siempre a responder. al menor choque exterior, con dolores acerbos. No hay que olvidarlo, pues. Jesucristo sufrió muchísimo más que nosotros, con las inclemen– cias del tiempo, con las lesiones corporales, con las emociones dolorosas del esp:rítu, con el olvi– do, con el desprecio de su Persona o de su pala– bra y con la traición de sus amigos. El dolor multiplicaba sus ecos en ·el corazón de Cristo, agrandándose infinitamente, hasta reducir al silencio o hacer que no llegase hasta los oídos

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