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XXVI.-Jesús Crucificado 223 miento, del cumplimiento de la ley con las lá-– grimas. A ese precio fueron santos Tobías, Job, Elías. Jacob, los mártires Macabeos y todos los grandes siervos de Dios del Antiguo Testamento. Ese es un hecho sublime; y era imposible que Dios no se sintiera como solicitado por él. y no se procurase a sí mismo ese manantial fecundo de gloria. Llegó. pues, un día en que se rompieron los cielos, como ped:a el Profeta, y el Dios feliz de la eternidad apareció en nuestro valle, incorpora– do ¡¡ nuestra penosa peregrinación, y sometido· a todas las leyes de la vida, que rigen en el mun– do y en nuestro organismo; y por lo tanto, sujeto al dolor. Tenía pies para punzarse con las espinas de nuestros caminos, manos para exienderlas en la. cruz. ojos para que se empañaran de lágrimas. oídos para percibir palabras afrentosas, y corazón para latir a impulsos del amor, y, por consiguien– te, para sufrir. No era ya. pues. un Dios inaccesible, sino vul– nerable. Podía sentir el hambre y la sed, el frío y el calor, sentarse junto al brocal de un pozo, fati– gado por el cansancio de la jornada. -y amaner.er por la mañana con los cabellos humedecidos por el relente de la noche.
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