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218 P. Angel de Abárzuza -- --·--- -- Tal vez tú, hermano mío, que estás leyendo estas páginas, te hallas conmovido por este ex· traño sentimiento. Nada te atrae p rofundamente. todo te cansa; y en ocasiones, con motivo de un espectáculo alegre y bullicioso, no sé qué recuer– ·dos vagos asaltan tu mente; tu vida entera se sin– tetiza en un pun.ío solo, abarcas con una mirada general tu presente y tu pasado, y tus ojos se humedecen en llanto. El acento de un cantar lejano, el eco de una frase melódica que llega a tus oídos, el sonido de la campana de la aldea resonando en el valle, remueven, no sé por qué resorte misterioso, el fondo de tu ser, te hacen ver la nada de las cosas humanas, y le sientes solo como si no hubiera otra persona en este mundo; solo y además des– /errado. Conserva, hermano mío; con lodo cuidado ese sentimiento precioso. Dios está en él. Es Dios a quien empiezas a amar, aunque tú no Jo conoces. Tu alma es ahota como un. globo cautivo que. con su misma fuerza ascensional, empieza a rom– per sus cuerdas. No lo detengas. Déjale subir. No cometas la necedad de hacer reverdecer tus ilusiones. No diga~ como algunos dicen: • Sin ilusiones no se puede hacer nada •. Es cierto eso, si se to– rna la ilusión como sinónima de entusiasmo. Pero
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