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_ _ __XX_ V_.-_ Padezco, y no sé por qué 217 y nuestro gozo ·pendientes de la carencia o po· sesión de los placeres de la tierra. Pero acontece muchas veces que· en el atar– decer de la existencia humana, como en el de la naturaleza, empiezan a perder las cosas ante nos· otros su brillo y su encanto, y hace entonces su aparición en el alma un tedio singular, semejante al anterior en apariencia, pero muy diferente en realidad, p:>rque es constante y porque es uni– versal. No se sufre entonces porque faltan los place– .res del mundo, sino porque sobran; es decir, por-· que se siente el vacío de todos ellos. El alma empieza a verse afectada de eso que se llama el mal del país; y el país en ese caso no es esta tierra, asilo del dolor, sin9 otra región de donde el dolor está proscrito. ¿Quién podrá describir la naturaleza de ese tedio sublime y sagrado? La juventud no lo co– noce generalmente, a no ser la que se siente pre– destinada por Dios a gran santidad. Ese rayo de luz nostálgica que loca los do11 mundos, el nuestro y el de los bienaventurados. no brilla sino cuando las luces de la vida empie– zan a palidecer, casi siempre en el último tercio de la existencia del hombre.·
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