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~2::..1:_:6:__ ___ _:P:..:·:..:A:_::_:ng~el de Abárzuza tres pasiones: la codicia, la sensualidad o el or– gullo. No tiene ese sentimiento más profundidad– Nos aburrimos, porque no gozamos. Por eso, para pasamos súbitamente del abatí· miento a la alegría, basla una cosa insignificante: el anuncio de que nos han encomendado un car– go honorífico, o de un tospec!áculo agradable, que alimente nuestra curiosidad o nuestra concupis– cencia, o de un lucro ttue mejore nuestra posi– ción, en fin, de algo que halague nuestro amor propio, trayéndole el alimento esperado. Todo cambia entonces a nuestros ojos repenti– namente. Ya es alegre el mundo, la luz brilla con más esplendor, las flores son más hermosas, más armoniosos los cantos de los pajarillos, y lodos los hombres son buenos, amables y simpáticos; y decimos, restregándonos las manos de placer: . ¡Muy bien! ¡Está muy bien! ,¡Esta vida vale la pena de ser vivida!• ' Así somos, hermano mío. Así es el hombre; tan grande que es necesario un ser infinito para llenar su corazón; y tan paqueño, que con una palabrita de encomio que deslicen en su oído tie– ne para estar satisfecho un día entero. Y si esta pena de que voy hablando es la que padeces tú ahora, ¿qué consuelo quieres que le dé? Ninguno. Lo que haré es deplorar que tú. y yo, y la mayoría de las almas, por no poner su amor solamente en Dios, tengamos ·nuestra pez

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