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XXV.-Padrzco, y no sé por Qué 215 nuestro Señor Jesucristo; p::>rque de misterios tan recónditos, poco o nada sabría decir. Hablo de los tedios natural~s y frecuentes que padecemos. A veces, sin causa conocida, parece que se extiend sobre la naturaleza y sobre la humani– dad un velo gris, decae nuestro espíritu, enmu– dece nuestra lengua, como la de las aves cuando se oculta el ¡;ol en el horizonte; y si hablamos. es para exclamar desalentados y abatidos: •¡qué . triste es el mundo!. y aun añadimos esta frase, que siempre me ha parecido de mal gusto y hasta ofensiva para Dios: .¡Verdaderameníe que esta vida no vale la pena de ser vivida!. Muchos poetas han dedicado sus es!rofas a describir esa original situación del alma, dicien– do cosas muy interesantes; y a la verdad, oyen– do nueslras lamentaciones, parece que nos suce– de entonces algo grave y. sin embargo, no es así. Ese sentimienío nueslro es una prosaica vul– garidad, que no merece ni elogios, ni poesía. ¿Sabes, hermano mío, qué son, en último tér– mino, esos nuestros ratos de tedio? No son otra cosa que el ayuno forzoso del amor propio, que durante algunas horas o duraníe algunos días, se encuentran sin .alimento, en cualquiera de sus

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