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210 P. Angel de Abárzuza Pero !al vez al pronunC'iar esa frase, clemo por mi salvaciÓn• no piensas en el tiempo, ni en la vida pasada, sino en el porvenir. El porvenir es lo que le espanta con sus oscuridades y mis– terios. Realmente es cosa tremenda el ignorar, no qué nos sucederá mañana, sino qué querremos nos– otros mañana que nos ·suceda. La volubilidad de nuestra voluntad es cosa te– rrible, y !rae a la inteligencia pensamientos 'que erizan los cabellos de terror. Eres hoy bueno, y no sabes si querrás ma– ñana serlo: Ese es el problema para li, para mí, y p3.ra lodos. Pues, hermano mío, yo no quiero profundizar en él, porque no es necesario ni conveniente. Solamente le digo una cosa y es ésta: el que ha muer!o para que lú vivas, no consentirá que mueras, si tú mismo no le empeñas en darte muer– le. Este pensamiento debe tranquilizar tu corazón. Pero si no lo tranquiliza, si todavía temes, no importa. Ese temor te salvará. Así como la sal preserva el agua del mar de la corrupción, y los espinos defienden la fruta del jardín, el letnor de Dios y de los castigos de Dios, mantienen al alma alejada del pecado y conservan la gracia divina. Cierto que el temor hace sufrir; cierta lrepi•

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