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XXlV.- Temo por mi salvación 209 mente no lo es, ni puede serlo, por ser producto de una criaíura. Pues bien, la misericordia de Dios es esencial– mente infinita en todos los sentidos. La Iglesia lo canta en su liturgia: Oh Dios, cuyas misericordias no tienen número y cuya bondad es infinita... No temas, pues, hermano mío. Que teman los que todavía no temen el pecado. Si el hijo pródigo, a los pocos d:as de su re– greso al hogar, hubiera empezado a dar muestras de encogimiento y desconfianza con su padre, es claro que éste le hubiera dicho: ¿A qué vienen esa timidez y ese espanto que demuestras ahora? ¿No te perdoné? ¿No se celebró en este palacio una gran fiesta con molivo de nuestra reconcilia– ción? Pues ¿por qué temes ya? ¿Qué opinión tie– nes de mí y cómo crees que hago yo las cosas? Eso mismo podría decirte Dios a ti. Vive, pues, con anchura de corazón, agrade– cido a la piedad divina y con un recuerdo tran– quilo y doloroso de tus infidelidades; y en vez de pasar la vida espantándote de ti mismo y de Dios, dedíc.ate a amar al que tuviste olvidado. El amor es el atajo, para todos, singularmente para las almas convertidas. Tu voluntad, que fuá durante algún tiempo mala, ¿no es ahora buena? · Pues... ¡Paz a los hombres de bue~a voluntad! H

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