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XX IV.-Temo por mi salvación 207 no tienen necesidad de penitencia. O ·¿qué mujer, teniendo diez monedas, si pier-· de una, no enciende luz, barre bien la casa, y lo registra todo, hasta dar con ella? Y en hallán– dola, convoca a sus amigas y vecinas, diciendo: Alegraos conmigo, porque ya he hallado la mo-– neda que había perdido. Así os digo yo que ha– rán fiesta los ángeles del cielo por un pecador que haga penitencia.• Y en la parábola del hijo pródigo (que, mejor que parábola, parece la historia de todas las al-– mas ex!raviadas y luego convertidas) la · ternura. de sus frases y de su proceder no tiene límites. Porque ese padre del hijo pródigo que, vién– dole volver, siente que se le conmueven las en– trañas, y va a su encuentro y le echa las brazos al cuello y le da ósculo de paz, es el mismo Dios; y lo que allí dice y hace, es lo que realmente· hace y dice espiritualmente con todos los peca– dores que a El se vuelven. Confía, pues, en Dios, hermano mío, y honra . a la misericordia divina, proclamándola en tu co– razón mucho mayor que todas tus maldades. La mejor apología del amor de la madre la. hace su hijito pequeño, descansando plenamente confiado en su regazo, sin temer ningún peligro. Del mismo modo, los pecádores convertidos y– confiados totalmente en Dios, son un canto vivien– te a su clemencia y a la veracidaq de su palabra:.

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