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. 202 _ _ _ _P_._A_ngel de Abárzuza para él. favorable o adverso. Pero... esto ya no es materia del presente ca– pítulo. Te aconsejo, pues, hermano inío, que pierdas el miedo a la muerte, a ese célebre fantasma, com– puesto de huesos descarnados y armado de gua· daña, porque ni ella, ni el león son tan fieros CO· mo los pintan. Pero me dirás: Entonces, ¿por qué tratan de intirni.darnos los predicadores, cuando nos hablan de esa última jornada? ¿A qué viene el aterrar– nos con esas descripciones tremebundas y paté- ,. ticas, si en ella nada hay que temer? A esto te respondo que la idea de la muerte lleva consigo otras muchas, que forman. el conte– nido del sermón, y suelen ser el objeto de las ·vehemencias (muy razonables) del orador. · Y o te diré ahora lo que debes temer: Teme el pecado, singularmente el pecado mortal. Teme las penas del infierno y las del purga– ·torio. Y teme además (y éste suele ser el pensa– miento dominante en los sermones de la muerte), ·teme, repito, no los sufrimientos corporales, sino

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