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su organismo. ¿padecerán más !arde, cuando !o– dos sus componentes se hallan más cerca de su disolución, y el sistema nervioso, por consiguien– te, más inepto para ejercitar su propio oficio, que es transmitir las sensaciones? Esto no es probable ni creíble. Las personas que rodean a un agonizante sue– len estar poseídas de horror y compasión hacia él, porque lo creen sometido entonces a una su– prema tortura. y con más razón si las manifesta– ciones de su agon:a son aparatosas; paro aquellos sufrimientos no están más que en la imaginación de los circunstantes. Casi siempre sucede que todos padecen allí, excepto el que está muriéndose. Las c:mvulsiones de este último trance, los ex!remecjmientos, la respiración anhelosa, etcéte– ra, S O n fenÓmenos puramente mecánicos, sin acompañamiento de sensaciones. Es una lucha feroz del cuerpo con la enfer– medad; pero es la lucha que sostendrían en el palacio real contra un enemigo invasor. los ser– vidores del rey, sin que éste'se enterase del caso. Así se combate en el cuerpo humano en los postreros instantes; has!a que al fin sucede que. derrota:los estos fieles vasallos, que se llaman las células orgánicas, el espíritu, sin saber cómo ni cómo no, se ve puesto fuera de su mo.rada. Entonces comienza lo verdaderamente grande
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