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~~XIII-='fcn[o~~do a la ~~!-~~~ 197 y la naturaleza misma anuncia su gravedad. El desfiguramiento del rostro, el abultamiento del pecho, el estertor de la respiración, el crispa– miento de las manos, la fijeza de los ojos que miran y no ven, la~ convulsiones, la ansiedad y otras muchas señales que suelen verse en los mo– ribundos, indican que pasa allí algo trascenden– tal, y que está dando el organismo una batalla formidable. Es la defensa del ser contra un enemigo que impone el no ser. Se ve, pues, que el aparato corresponde al hecho. Pero ¿corresponde en el moribundo la sensa– ción al aparato? Es decir, ¿sufre el moribundo todo el dolor, todas las angustias que aquellas demostraciones representa? Es casi cierto que no. No :¡:o:.tede haber sensación sin órgano apto para sentir, ni sufrimiento sin facultad para su– frir; y es en cierto modo verdad la paradoja de que para padecer corporalmente hace falta disfru– tar de salud. Ahora bien; en un agonizante, cuyo espíritu está a· punto de abandonar el cuerpo, precisamen– te por inservible, el organismo se halla casi ani– quilado, y este aniquilamiento alcanza, como es natural, al órgano general de la sensibilidad, que es el sistema nervioso. La agonía lleva· consigo la incapacidad para
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