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190 P. Angel de Abá:~uza ________ Sentir que se entorpece el oído, se enturbia la vista, flaquean las piernas, tiemblan el pulso y la voz, se encorva el cuerpo, y que las bellezas ·del mundo, y sui; colores y armonías SE! detienen ante nuestro organismo, sin poder pasar, como ante un muro obstruído por la hiedra y poi las ruinas ... todo esto es singularmente doloroso, y eso te su- cede a ti, y a todos los ancianos. · Aunque tu familia sea buena, y te hayan pues– to entre tus hijos y tus nietos como un cerco de cariño y atenciones; aunque seas (lo que debe– rían ser todos los viejecitos) como el centro mo- · ral del hqgar, la verdad es que te vas ·a ir pronto; y este hecho se impone en tu espíritu, y lo do-– mina todo, y derrama una gota de amargura so-– bre todas tus satisfacciones, recordándote que son las últimas de que gozas en este mundo. Si no creyeras en Dios, hermano mío; si no tuvieras fe, ¿cómo podría yo ahora consolarte? ¿qué se le dice a un anciano que no cree más que en esta vida, cuando se lamenta de que se le va a terminar? Yo ·no lo sé. Por eso me parece algo espantoso la vejez del incrédulo. Pero tú, hermano mío, eres creyente. ¡Creyente! ¡qué pal~bra! ¡qué mundo de cosas ,.

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