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XX.-Me aflige el triunfo de la malddd 167 destrozan sus sagrarios, donde está como compen– diado su amor al hombre, y El guarda silendo, tomando la . actitud del vencido, y manifestando, una humildad y una paciencia, que sólo caben en el que es Dios, y, por serlo, tiene toda la eter– nidad para hacer resplandecer su justicia. ¿Quién no se resigna, hermano mío, a perte– necer a ese ejército, con un Jefe como ese y con la seguridad de la victoria final? Alégrate. Somos los vencedores de mañana. Deja que los impíos triunfen, y que triunfen sobre ti, a costa de tus lágrimas y de tus dolores. Dios y nosotros somos hoy los apa:rentemente derrotados, porque el reino de Dioll no es de este mundo, que si lo fuera, aquí triunfaríamos. Pero, ¿qué son setenta años? Dios quiere para nosotros una victoria eterna. Triunfaremos, pues; y , a nuestra vista, será castigada la maldad con un castigo que no ten– drá fin;. como nuestro premio tampoco lo tendrá. Entonces, en presencia de aquella gran Babi– lonia, sumergida en las penas eternas, por haber sido enemiga de Dios y haber atormentado a SU3 siervos, las huestes triunfantes de la virtud, di– rán aquellas palabras del Apocalipsis: •¡Ay, áy de la ciudad grande que andaba vestida de lino delicadísimo, y de púrpura, y de grana, y cubier– ta de oro y de piedras preciosas y de perlas! ¿Có– mo en un instante se redujeron a nada tantas ri-
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