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XX.-Me aflige el triun,fo ~~~l_'!ald~d _ __!_~~ cumple en la hora que el justo lo pide, sino en la hora de Dios, que casi nunca es la del hombre. Dueños nosotros (aunque no sea más que con. la imaginación) de sesenta o setenta años de vida, pretendernos que en ese pequeño círculo encie– rre. digámoslo así, Dios nuestro Señor todo el vasto plan de su Providencia, y que El. que obra con la eternidad, se acomode al pequeño rel@j, que marca los minutos de nuestra existencia efímera. .l:fay que cambiar de punto de vista, hermano mío, para juzgar las cosas del Señor. Tú y yo. somqs hombres, pero no la humanidad; y en el drama que se representa en. el mundo, no nos toca asistir más que a unas pocas escenas. El impío triunfa, el justo lo ve, desea su caída y muere sin verla. Este es un acontecimiento de todos los días., y hay que resignarse a presenciarlo, sin perder la tranquilidad. En todo caso, no hay plazo que no se cumpla, ni deuda que no se pague, ni mal que cien años dure; ·y eñ la actUalidad, no tarda Dios en admi– nistrar justicia completa más de cien años, por– que el hombre no vive más tiempo, salvas rarísi– mas excepciones. Dice el Profeta David: • Vi al impío elevado sobre ·Jos cedros .del Líbano. Pasé al poco tiempo por allí y ya no estaba.• ¡Soberbia imagen! Esas frases elocuentísimas

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