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162 P. Angel de Abárzuza E1 espectáculo de un hombre, o de múcbos hombres; o dé tm pueblo entero, burlándose de lo que nosotros bendecimos, profanando lo que nosotros adoramos, o martirizando a los amigos de Dios, nos subleva la sangre, y nos hace excla– mar, celosos e impacientes: •¡Qué crímenes .tan horrendos! ¿Por qué guarda Dios silencio ante tan– ta provocación? ¿Cómo no castiga tanta maldad?• Repito que esta queja y esta actitud jus.ticiera. son antiguas en el mundo. Los labradores de la parábola evangélica que– rían arrancar la cizaña del campo. Las almas de los que habían ·sido asesinados por la palabra de Dios clamaban desde el altar, y pedían a Dios venganza de sus enemigos, y dos de los Apóstoles querían que bajara fuego del cielo sobre la ciudad que se había negado a reci– bir a Jesucristo. Y el caso es que todo eso sucede al fin, si el pecador, contra quien pedimos juticia, añade a su pecado la impenitencia. La cizaña es arrancada, los asesinos de los siervos de Dios son eternamente castigados, y so– bre los pueblos que despiden a Jesucristo, o per– sisten tenazmente en no quererle recibir, baja fue– go del cielo, o bajan ellos al fuego. que es h mismo. Todo eso se Cumple inexorablemente, cuando el pecador se obstina en su maldad; paro no se

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