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142 pantooo e irremediable; y es to constituye un espectáculo desedificante, y además fa !t o de lógica. ' ¿No tenemo.;; fe? ¿No creemos, en virtud de ella. que nuestro padre. nuestro hermano, nuestro amigo, etc.. en vez de• morir se han trasladado? Pues si esto creemos, .Y nos alienta además la esperanza de que la persona a quien amarnos está en e.J cielo o en el camino del é:ielo ¿a qué vienen esa desesperación y esos gritos inmoti– vados, y ofensivos, por otra parte, a las· disposi– cionee y a la misma bondad de Dios? Y la verdad es, que en eso suelen venir a parar ezc3 estallidos de pena, en expresiones co– rno ésta, que a veces suelen oirse, y que suenan como verdaderas blasfemias: •¿Por qué había de hacer Dios esto? ¿No hay por ahí otras personas que hacen menos falta en este mundo? • . De ese .modo suelen terminar esos extremos de dolor, en una protesta airada y escandalosa centra los designios de la voluntad divina. No es así como debe llorar un Cristiano la mue-rte de sus parientes., por allegados que sean. Dos personas caminan p<)r la misma carretera. Al llegar a cierto punto, la carretera se bifurca, para juntarse a los pocos kilómetroo. ¿Estaria bien que esas dos personas se entregasen a un llanto desgarrador, al separarse entre sí, sabiendo que hal::ían de volverse a encontrar a las pocas horas,
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