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XVII.-Me tratan mal Jo, míos 139 ·y tú, ancianito mío, siempre venerable y amable; siempre, a pesar de tus defectos,' anima tu espíritu y levanta tu corazón en alas de la fe y de la esperanza. Ese comp;:¡rtamiento injusto de tu familia en· cierra para ti una enseñanza preciosa. Cien veces has oído decir, y has dicho tú miLmo que todo es vanidad, y ahora lo ves por experiencia. Porque lo más allegado que tenías ~n e·ste mundo, que son los tuyos, y tu mismo cuerpo, te están faltando ya. Pero te queda una cosa, que es la principaL .lo que les queda a las aves cuanc~.o les rompen la jaula, las alas para volar y remontarse por los €spacios. Eso te queda a ti, el alma libre y des– .embarazada para com!-lnicarte con Dios desde cualquier ángulo de tu casa. ¿Qué te importa que te desprecien los tuyos, que ni te han de juzgar, ni te pueden premiar, si el verdadero luyo, que es Dios, está contigo, con– tando tus p:nas para recompensadas dentro de poco? Tu vida es ahora una puesta de sol; pero toda puesta de sol es al mismo tiempo una aurora pa– ra otra parte del mundp. Tu debilidad, hermano mío, y tu decadencia son, en realidad, un progreso hacia Dios, del cual estás, naturalmente más cerca que los jóvenes. Piensa en EL háblale, que sea tu conversación

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