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XVII.-Me tratan mal los míos 137 v1e¡os, porque son nulas por entonces, lo mismo· su vida intelectual que su vida moraL Así inaugura la carrera de su existencia ese maestro de las lágrimas. El anciano más decré– pito vale y puede más que él. Pues ahora pregunto yo: ¿qué hicieron contigo tus padres cuando eras tú el anciano de tu fami– lia? Asistirte en todo, envolverte en uri ambiente de temísimo cariño, traerte y llevarte en los bra– zos, (porque tú no podías caminar) velar tu sue– ño y cantarte para que lo conciliaras, tenerte el padre sobre sus rodillas y la madre sol>re su re– gazo, darte la comida a la boca, y a veces masti– cándola antes en la suya. Esto es pcico. Alimentarte con su carne v con su sangre. como Jesucristo a las almas. Ño es exageración; eso hacen todas las madres, y eso hizo contigo la tuya. · ¿Qué corazón de hijo no se enternece al pau– sar en estas cosas? ¿Quién tendrá valor, pensando en ellas. para dar un disgusto ni un desaire a esos ángeles en– corvados, de frente arrugada y cabeza blanca co– mo la nieve, sobre todo si considera que esa ·nie– ve de los cabellos y esas arrugas de la frente, son, a veces, más obra del amor que de la edad. por– que son las preocupaciones y los cuidados que por nosotros han sentido los que los han hecho apareeer allí antes de tiempo? ¿Qué cosa respe-
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